Por José Fonseca
Desde el inicio del sexenio, como en tantos otros temas de política pública, el gobierno del Presidente Andrés Manuel López Obrador enfrentó con palabras el problema de las caravanas de migrantes que llegaban a México a poco días de la toma de posesión del actual régimen
Las palabras de aquel noviembre de 2018, para regocijo de los traficantes de personas, anunciaban que el humanista Gobierno que estaba a punto de asumir el Poder recibía con los brazos abiertos a los hermanos migrantes. Las caravanas pronto llevaron a la Casa Blanca a la conclusión de que tenían un grave problema en sus manos.
Unas palabras amenazantes del entonces Presidente de Estados Unidos Donald Trump bastaron para que México, sin decirlo, creara una barrera de soldados para tratar de contener a las caravanas migratorias. Por un tiempo funcionó, pues Trump presumió como un logro que el muro militar en la frontera sur de México lo había pagado México.
Casi cinco años después, el problema de migrantes lo describió el extitular del Instituto Nacional de Migración Tonatiuh Guillén: “tenemos un problema de refugiados».
Ya las palabras no pueden ocultar las consecuencias de las docenas de miles de refugiados que se despliegan a lo largo de todas las rutas que conducen a la frontera norte y empieza a asfixiar a las ciudades mexicanas fronterizas, creando ya no sólo un gravísimo problema humanitario, pues ya empezaron a afectar la economía de esas ciudades por las medidas radicales del gobierno de Texas.
Ha llegado el momento en que las palabras son fútiles y hay que repasar políticas públicas internas, pero, sobre todo, externas, visto que los pronunciamientos humanistas ante la ONU son inútiles.
No bastan las palabras humanistas, por más que se pronuncie ante la Asamblea General de la ONU. Son tan atendidas como lo sería el discurso que a un ciudadano de a pie se le ocurriera pronunciar un discurso a medianoche en medio del Zócalo de CDMX.
Quizá México deba tragarse su orgullo y pedir a las organizaciones de la ONU ayuda para crear y mantener campos de refugiados y, además, negociarlos bien con Estados Unidos, pues Washington sería el principal beneficiario si México lidiara exitosamente con los refugiados.
Otro paso de política externa es que, con el mismo comedimiento de Trump cuando amenazó con aranceles a México si no ponía un muro de tropas en la frontera con Guatemala, recordarle al gobernador Abbot de Texas que México es el principal comprador de los bienes y servicios que se producen en el Estado que gobierna. Posiblemente el conducto sería la titular de Economía Raquel Buenrostro para hacerle saber a Austin que México podría buscar otros proveedores en la Unión Americana que suplieran lo que dejaría de comprar de productos y servicios texanos. Dicen los que saben que duele más una patada en el bolsillo que una en la entrepierna.
Es una pena que, a pesar del mañanero lema presidencial de “es de sabios cambiar de opinión”, al supremo líder de la revolución de las conciencias le sean tan difícil seguir su propio consejo.
Lamentablemente, lo más seguro es que Palacio Nacional no dejará que el tema de los refugiados le distraiga del objetivo fundamental de todo el quehacer presidencial: ganar las elecciones presidenciales, aunque para ello haya que patear el bote para tantos problemas nacionales que, aunque esa realidad se pierda en el entusiasmo y la euforia de la campaña electoral que ya está a todo vapor y nada más importa.
Total, como dijo un clásico reciente cuando rechazó un programa que habría aliviado desde hace 10 años la difícil encrucijada de Petróleos Mexicanos: “no importa, nosotros lo arreglamos cuando tengamos el Poder”. Con la pena, pero llegaron al Poder y Pemex sigue igual.
Ojalá y que, mareados por las palabras, no atestigüemos en 2024 que lo mismo le pasó a México.