La mayoría de nosotros hemos escuchado con cierta frecuencia hablar de la división de poderes y regularmente los políticos lo tratan de explicar a su forma, con palabras rimbombantes sin saber ni ellos mismos el verdadero significado de este principio democrático.
Durante siglos, la humanidad agrupada en diversas sociedades requirió ser organizada por una o por varias personas y así pasaron los milenios, habiendo en más de los casos un personaje que era quien decidía el rumbo de la sociedad. Decisiones unipersonales y quizá con mucha frecuencia autoritarias.
Después de la etapa conocida como la Edad Media, surgió en occidente, particularmente en Europa, lo que se conoció como Estados absolutistas, es decir, un monarca, rey, emperador o príncipe que dirigía el destino de cada uno de los integrantes de la sociedad. Él hacia las leyes, las llevaba a la práctica y también impartía justicia.
El poder recaía en una sola persona. Es decir, las actividades fundamentales de cualquier organización social y política estaban en manos del monarca y su voluntad.
Pero hace más de dos siglos hubieron dos movimientos de gran relevancia para la historia de la humanidad, la Revolución Francesa y la independencia de las colonias británicas, hoy Estados Unidos de América; los cuales trajeron importantes cambios en la forma de organizar el poder político.
Algunas de ellas no eran ideas nuevas, pues tenían más de 2 mil años de que se habían expresado, pero es en esos momentos cuando estadistas las expresan, las reflexionan y las llevan a la práctica.
Estamos hablando de Aristóteles en la antigüedad y Hobbs y Montesquieu en la Ilustración.
El fondo de la reflexión estriba en que el poder político debe ser controlado, es decir, vigilado por la sociedad. El poder político no debe estar en una sola mano, sino debe de distribuirse entre los integrantes de la sociedad para buscar equilibrios para atemperar el poder.
Gobierno sin freno
A estas ideas se les conoce como los frenos y contrapesos, lo que se traduce en que haya un grupo plural ideológicamente creador de las leyes, el depositario del ejecutivo llevándolas a la práctica y otro ente colegiado vigilando que las leyes se cumplan a pie juntillas. Son tres funciones esenciales del gobierno. Tiene otras más, pero éstas siguen siendo las más relevantes.
La separación de estas funciones implica forzosamente el respeto de una función a otra y viceversa.
Más allá del control que mandata la Constitución, el cual está regulado en la misma Carta Magna, se encuentra el principio de que ningún poder debe de entrometerse en las funciones de otro poder.
Cuando esto ocurre se altera el equilibrio político, se echan abajo los frenos y los contrapeso y se atenta contra el orden público.
Desafortunadamente, estas actitudes antidemocráticas han sido frecuentes en los recientes años.
Lamentablemente, el presidente de la República de manera abierta e irresponsable se ha entrometido en asuntos del Congreso de la Unión y del Poder Judicial de la Federación, y también en los órganos constitucionalmente autónomos, que son entes públicos que realizan funciones también de gobierno y que la norma fundamental les da responsabilidades que deben ser manejadas con toda independencia de los Poderes de la Unión, pero cumpliendo por supuesto con las normas jurídicas.
Por el bien de nuestro país, pero sobre todo por el futuro de nosotros y de las próximas generaciones, no debemos permitir que el principio histórico de división de poderes se menoscabe ni sea vulnerado. Resulta contradictorio que en lugar de ir hacia delante y fortaleciendo las instituciones de la República, vayamos hacia atrás buscando el autoritarismo y la dictadura de la época absolutista.